El último aliento del Mar de Aral
Sofía Rodríguez en el desierto Aralkum
Sofía Rodríguez en el desierto Aralkum

La historia es conocida. El sombrío destino del Mar de Aral se selló a principios del siglo XX, cuando el más prestigioso de los climatólogos rusos, Alexander Voeikov, lo definió como un «evaporador inútil». Sin embargo, no fue hasta la década de 1960 que ese destino empezó a cristalizar ante los ojos incrédulos de los habitantes de sus orillas. La mayor parte del agua de los dos enormes ríos que alimentaban al Aral se derivó para satisfacer la demanda de riego de los cultivos de algodón que la Unión Soviética promovió en Asia Central, lo que destruyó el delicado equilibrio hidrológico del mar, que empezó a evaporarse. Sólo fueron necesarios cincuenta años de explotación agrícola para dejarlo en el 10% del tamaño. En menos tiempo de lo que se tardaba en amortizar una barca, los habitantes de las ciudades pesqueras en Kazajistán y Uzbekistán vieron cómo el cuarto mar más extenso del planeta y su mayor pesquería de agua dulce se alejaba, para dejarlos en la ruina económica y humana. En varios años más, Aral se había retirado tan lejos y tan rápido de sus puertos y bordes que para las generaciones nacidas a partir de la década de los ochenta pescar o nadar en el Mar de Aral es sólo algo que aparece en los anhelos de los ancianos. En sólo tres generaciones el mar había desaparecido.

«El Mar de Aral es todavía el protagonista de una de las mayores catástrofes medioambientales del siglo XX»
Un viaje en el tiempo a través de los sedimentos

De lo que fue el termorregulador de Asia central queda hoy sólo un desierto. Los puertos aún alojan sus majestuosas grúas y barcos, hoy, todo ya irremediablemente oxidado. Un paisaje incomprensible para las nuevas generaciones que nunca han visto el mar y tuvieron que cambiar los peces por los camellos. Los habitantes todavía se preguntan dónde está el mar, y siguen creyendo, en el fondo de sus corazones, que algún día volverá.

«Los habitantes todavía se preguntan dónde está el mar, y siguen creyendo, en el fondo de sus corazones, que algún día volverá»

Pero, ¿y si la catástrofe ambiental más icónica del siglo XX todavía nos guarda una sorpresa? Más allá de la toma de Kokaral, que salvó en parte la bahía del norte que bañaba la ciudad de Aralsk, sólo queda la gigantesca herida que la mano del hombre ha dejado allí. La cicatriz consiste en un nuevo desierto de sal y arena finísima, que las tormentas levantan para infiltrarse en nariz, los pulmones, la sangre, y las almas de los habitantes de la región.

«El Mar de Aral es ahora uno de los mayores laboratorios vivos del planeta donde estudiar las consecuencias de los cambios globales»

Aralkum, el nuevo desierto, no es más que los sedimentos acumulados en el fondo del antiguo mar y la sal que se depositó cuando el agua se evaporó. Los sedimentos, acumulados durante cientos de miles de años, guardan la memoria ecológica de lo que fue el Mar de Aral y un tesoro en forma de carbono enterrado. Los lagos y mares interiores reciben gran cantidad de materiales provenientes de los ecosistemas terrestres que los rodean, y gran parte termina enterrado en sus sedimentos. Parte de estos materiales son restos de las plantas que una vez utilizaron el CO2 atmosférico para crecer. Cuando la lluvia y la escorrentía arrastran estos restos hasta los sedimentos de los lagos, se produce un hecho sorprendente: este carbono, originalmente en forma de CO2 atmosférico, descansa ahora atrapado en el fondo de lagos y mares acumulado como material detrítico. Este viaje del carbono desde la atmósfera hasta el fondo de los lagos forma parte de la delicada y complejísima maquinaria planetaria que regula el CO2 atmosférico y, por tanto, el clima.

«El corazón de lo que había sido el Mar de Aral es hoy un paisaje alucinante, que causa una mezcla abrumadora de fascinación y espanto»

¿Pero qué ocurre cuando secamos un mar? ¿Seguirá el carbono enterrado en los sedimentos o se liberará de nuevo hacia la atmósfera? Desgraciadamente, miles de lagos y mares interiores se están secando a consecuencia de nuestro consumo de agua y del cambio climático. ¿Esto provocará que el carbono acumulado en los sedimentos de estos lagos acabe en la atmósfera acelerando el cambio climático? ¿Será el último aliento del Mar de Aral una bocanada de CO2 que nos empuje al punto de no retorno?

De aliado contra la crisis climática a emisor de carbono

Podeis leer el artículo entero en la Revista Mètode

Rafael Marcé. Investigador científico del Centro de Estudios Avanzados de Blanes CEAB-CSIC.

Laura Carrau. Bióloga, documentalista y fundadora de la productora Mileva Films.